5 de Noviembre, 1996.
Chicago.
El día anterior lo habíamos pasado la pandilla y yo por toda la ciudad matando y torturando gente, fue un día agotador entre bares, pláticas y diversión, hacía mucho tiempo que Paco no hacia estas cosas y se notaba que aun disfrutaba la euforia de una buena madriza, todo salió como esperábamos.
Estábamos todos por salir a continuar con el trabajo y teníamos que actuar rápido pues tanto esos desgraciados como la policía ya estaban tras de nosotros, comenzábamos a darnos a notar, los noticieros nos mencionaban y esos desgraciados ya habían atacado tres de nuestras casas causándonos perdidas sentimentales más que físicas, sólo André y Paco estaban a salvo de eso ya que ellos sólo tenían a la pandilla. Pero al abrir el portón de la oficina vimos algo que nos destruyó a todos, en especial a Marty, sus tres sobrinos que no tenían más de 14 años estaban frente a nosotros, con las caras destrozadas por cuchillas y las cuencas de los ojos sólo dejaban brotar un poco de sangre ya que estaban muriendo, sus piernas y brazos habían sido desprendidos y estaban colgando de ellos por ganchos de metal, parecían marionetas colgados de una estructura de metal que les servía de soporte, en ese momento entre lágrimas y gritos Marty tomó todo su arsenal, y cuando digo ‘todo’ es que me refiero a muchísimo armamento, y se nos quedó viendo, sin decirle nada más lo seguimos. André podía ser una persona cruel y sádica, pero sólo porque era su trabajo, nos alcanzó después, ya que se quedó a dar sepultura a los pequeños.
Durante todo el día nadie dijo nada, nadie cuestionó nada, sólo llegábamos al lugar indicado, Marty entraba al frente, acababa con todo y sin hacer gestos de dolor o ira salía del lugar dejando a todos desangrándose, jamás mató a nadie, esperaba a que Anita le sacara las balas o cosiera sus heridas y partíamos al siguiente punto. Eso ayudó a sacar el dolor, pero no el pensamiento de la Venganza.
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