Faros Nocturnos
La noche aún no caía en su totalidad pero ya existían sus ligeros esbozos. De pronto, una por una, las nubes se iban apagando, perdiendo su blanco color hasta que se fundían con el negro cielo. La gente iba y venia por las calles del centro de la Ciudad de México. Los sonidos se derriten entre ellos, dos entes que han vivido demasiado y se encuentran en el medio de todo esto.
-Dulces sonidos de la ciudad –dice ella moviendo la cara, agudiza el oído para dejar que todo entre en ellos-.
Él solo la mira y absorbe la nicotina del cigarrillo de manera lenta. Ha dejado de ser un hábito, mucho menos una adicción; es más como un ritual que se lleva acabo en el momento, pues una adicción es la necesidad de algo. Su manera de fumar es más como un ritual carente de las emociones propias de la dependencia, aunque se involucren todas las partes que un ritual milenario conlleva. Pronto el papel arroz se quema y el tabaco se vuelve rojo, una y otra vez se consuma el rito donde los pulmones se llenan de humo para simplemente salir, salir como todos al mundo y desvanecerse con el ambiente hasta no ser nada, sólo particulas en un vasto mundo.
-Muy dulces –exhala el humo del cigarro- esta ciudad, tan única en el mundo. ¿Recuerdas el relato de aquel hombre que muere oyendo esta ciudad?
-Sí, lo recuerdo -suspira al escuchar un organillo a lo lejos- debe ser hermoso morir así, ” El Hombre ilustardo”, ¿no?.
-Debe ser hermoso morir –recalca– y sí, estas en lo correcto.
Ambos cruzan miradas y él solo fuma de manera tranquila.
-Si sigues fumando así, vas a morir -lo mira a los ojos-.
Un segundo de silencio. Sus ojos se encontraron, ambos empezaron a reir febrilmente. Caminan un poco la metrópoli. En esta sólo son dos personas más. Como el humo, se difunden en ella; sólo un agudo observador vería que ellos caminan de tal manera, una manera tal, que pareciera como si formaran parte del paisaje y de pronto él se posa para detener un taxi.
-¿Acaso llevas prisa? –pregunta ella mientras, se encoje de hombros-.
-No –la mira y tira el cigarro- ¿Para nosotros? Con tanto tiempo nunca hay prisa, aunque así sea para los humanos, tanto que lo miden y lo precian en demasía.
–Lo precian tanto -hace una pausa y mira la iglesia- que viven toda su vida desperdiciandolo y sólo antes de morir saben el valor del mismo.
Ella se toma y juguetea con un poste de luz , hasta que él se acerca y la sujeta del hombro.
–Hemos visto a la humanidad entrar y salir del ocultismo –hace una pausa- lo peor es que pasaremos toda nuestra existencia reviviéndolo: niños que ven el jardín y lo exploran, pero justo antes de descubrir sus maravillas, alguien grita que existe un peligro invisible, casi mágico, como religioso; entonces regresan a casa y queman el jardín.
Ella se encoje de hombros y suspira.
-Una y otra vez ha pasado en la humanidad. Es una pena, una gran pena. Pero en fin, estamos rodeados de epsilones en su mayoría ¿verdad?.
-Demasiados –mira a todos- hubo una época en la que la inteligencia era algo normal, ahora se aplaude. Existió una era en la que el razonamiento era habitual, ahora sólo almacenan cosas como ratas; llenan sus cerebros de paja. Ante lo nuevo no hay presedente en su cerebro, y eso les causa temor.
-Pero de vez en cuando –mira una pareja caminar de la mano- Dios envía regalos para hacer más amena esta vida, desgraciadamente ellos no saben apreciarlo. Es la historia de la humanidad, con miedo del cielo cuando la tierra se abre a sus pies para tragárselos –abre sus brazos, como si quisiera devorarlos a todos, para luego reir-.
Un taxi pasa y él sólo alza un brazo, se detiene subitamente y ambos lo abordan.
¿A dónde los llevo?, dijo el taxista.
Ella lo miró, él sólo se remitió a dar una dirección. El taxi se puso en marcha; tomó caminos extraños que cada vez se volvían más oscuros, nuestros pasajeros se miraban con cierto sigilo, sus ojos se dilataron en busca de razón. Llegó un punto en el que parecia otra ciudad, la gente habia desaparecido.
-Sabe, no llevo prisa, pero si quiere darnos una vuelta por la ciudad, conozco mejores lugares para la vista que éstos.
El taxista no se inmutó y ni siquiera pareció importale lo que dijo.
Hombres sordos, dijo ella mientras se posó en la cabecera del conductor. ¿Acaso es una broma de mal gusto señor?.
Bajó la velocidad poco a poco hasta detenerse totalmente, el hombre respiró profudamente y los miró de manera retadora:
-Son inteligentes –saca un arma– ¿Saben a dónde lleva ésto?.
Nuestros pasajeros se undieron en el asiento. Poco a poco el tiempo pasaba. Ambos no demostraban emoción en absoluto.
-Pero menuda noche nos toca –ella lo miró y suspiró– comprendemos a dónde va ésto, aunque tú no sabes cómo terminara, ¿Me equivoco?.
-Así es –él se sumio en el asiento– nosotros deberíamos tener miedo. Raro, él es del miedo ahora ¿Correcto?.
Saco de su bolsillo un cigarrillo, el taxista estaba confundio.
-Por tu cara sé que no me equivoco- lo retó con la mirada– estos hombres que sólo ven hasta donde sus narices los dejan.
La verdad –ella irrumpio en tono jugueton- es que él tiene miedo -miro sus dedos, como para enumerar- nosotros no tenemos miedo, el sí. Peor aún; su destino ya está escrito.
La cara del taxista se llenó de cólera y su sangre hirvió hasta casi reventarle la sien. Se armó de valor:
-¿Acaso quieren morir? -apretó el gatillo-.
-¿Sabes cuánto lo deseo? -ella lo miro a los ojos-lo anhelo cada minuto.
Apretó más el gatillo.
-Verdad –se acomodó en el sillón y la miró-Alguien va amorir esta noche, pero no seremos nosotros.
Miró al taxista, mientras él soltaba una ráfaga de balas. Después llegó el silencio.Tras él vino un torbellino de gritos que de p
ronto se ahogaron en la noche.
Un cadáver fue lanzado del taxi y ahora nuestra pasajera tomo el volante.
¿Cuándo aprenderas a manejar?, dijo ella.
-Tenemos toda la eternidad, no hay ninguna prisa.
Y mientras el taxi se adentra en los esbozos nocturos, él se limpia la sangre que aún escurre de los colmillos.